Casinos o centros sociales

El papel de los casinos en los pueblos y barrios de la isla ha sido determinante durante décadas como aglutinador de afanes e inquietudes, en dos palabras, como dinamizador social de una localidad o de un núcleo de población.

Casinos o centros sociales
El casino –en algunos sitios denominado también ‘de los caballeros’, sin duda una connotación machista en plena postguerra-- era un lugar de instrucción y recreo, donde se escuchaba la radio y en plenos años sesenta se veía la televisión

Por Salvador García Llanos

El casino –en algunos sitios denominado también ‘de los caballeros’, sin duda una connotación machista en plena postguerra-- era un lugar de instrucción y recreo, donde se escuchaba la radio y en plenos años sesenta se veía la televisión. Había juegos de mesa –allí se fraguó algún equipo federado de tenis de mesa- y sala de lectura. Luego, dependiendo del espacio y de las disponibilidades físicas, fue lugar apto para ensayos de grupos musicales, folklóricos y teatrales nacidos al calor de la propia actividad de la entidad.

Hasta dieron pie a la formación de alguna asociación vecinal que luego, por aquello de la autonomía y la no dependencia o vinculación, marcó su propio rumbo y se desarrolló en otros lugares. Por utilidad, hasta sirvieron como colegios electorales los días de votación, ya llegada la democracia.

Los casinos han sido también recintos de bailes y celebraciones festivas, en fechas señaladas. Los directivos se esforzaban por superar las pruebas anteriores porque cada convocatoria era siempre un reto: renovar la oferta, mejor comida, mejor ambiente, más asistentes, mejor orquesta.

Sin olvidar que han sido espacios para la cultura: desde albergar conferencias o exposiciones artísticas a constituir un soporte esencial para los ensayos de jóvenes artistas o grupos folklóricos que surgían en durante los ratos de estancia cotidiana, preferentemente en las tardes-noches.

Después han ido surgiendo las alternativas: la aportación de una miss o un candidata al reinado de los festejos, la intervención en alguna convocatoria sociocultural o lúdica en representación de y hasta la acogida de alumnos en concursos o actividades extraescolares.

O sea, que la vida en los casinos no fue monótona, ni mucho menos. Para su desarrollo económico, tuvieron que habilitar bares o servicios de cafetería, con los que igual se resolvía un puesto de trabajo y una atención más o menos fija prácticamente desde por la mañana hasta la hora del cierre.

Y ahí, en esas localidades donde la convivencia hay que fortalecerla con el contacto casi diaria, en esos barrios donde no hay muchas alternativas, principalmente para sus jóvenes, los casinos han desempeñado su papel social con mérito y con afán de continuidad. No serán los principales centros sociales del municipio o del sector donde están emplazados, pero sí entrañan una historia estimable y aún resisten a su desaparición entre la inmensa oferta de ocio, las facilidades de desplazamiento y la multiplicidad de opciones para disfrutar, divertirse o cultivarse.

Los valores de la vida de los casinos se palpan y se contrastan en la pequeña gran historia de cada uno de ellos. No están demodé, son un agente social que ha desempeñado un papel proactivo, básico a veces para entender el costumbrismo. Eso sí, las nuevas generaciones deben incorporarse, con cualquiera de las modalidades que caracterizan la vida de nuestros días. Les toca abrir nuevos surcos para seguir dinamizando ese papel.