Cien años de querencias y nuevos horizontes

“El sábado, víspera de Carnaval, celebróse la inauguración de una sociedad en el importante barrio de Las Dehesas. La referida sociedad lleva el nombre de Valle Taoro. A las dos del citado día, se lanzaron al aire varios cohetes mientras se izaba una preciosa bandera española, y luego se obsequió espléndidamente a los que acudieron al acto. Por la noche, tuvo lugar en la expresada sociedad un animadísimo baile de máscaras, que duró hasta las ocho de la mañana. Al final del baile, se dieron vivas al presidente, a la directiva y a la sociedad en general.

Cien años de querencias y nuevos horizontes
La Dehesa, el Puerto de la Cruz rural, cien años después de la fundación de la sociedad que hoy empezamos a conmemorar, poco o nada tiene que ver con el paisaje y la realidad de entonces que imaginamos

Por Salvador García Llanos

Es de esperar que esta sociedad, cuyo reglamento fue aprobado por el gobernador civil, tenga mucha prosperidad pues es muy grande el entusiasmo entre sus miembros.

La directiva del presente año la forman los siguientes señores:

Presidente, don Marcelino Sosa Acevedo; primer vicepresidente, don Ángel Hernández; segundo vicepresidente, don Cristóbal García; tesorero, don José Afonso; secretario, don Florencio Sosa Acevedo; vicesecretario, don Antonio Pérez Correa; y bibliotecario, don Manuel Fernández.

Deseámosle a la nueva sociedad toda suerte de prosperidades”.

Lo que hemos leído aparece publicado, bajo el título ‘De la vida canaria. Puerto de la Cruz. Nueva sociedad’, en la primera página de Gaceta de Tenerife, Diario Católico-Órgano de las derechas, publicado, según consta en el encabezado, en “Santa Cruz Tenerife, capital de la provincia de Canarias”, siendo director Adolfo Febles Mora. La información figura al lado de un texto titulado “De pluma ajena. ¡El arreglo de la casa!”; y en el opuesto, una crónica de riñas de gallos, firmada por Espuela y Botana. En la parte superior, crónica de “La actualidad parlamentaria” titulada “Discursos para la galería”, unos poemas suscritos por Francisco de Vega y enviados desde Vilaflor y una esquela mortuoria alusiva al tercer aniversario del fallecimiento del médico Benjamín J. Miranda nombre con el que se rotula una conocida calle del casco del municipio.

Este testimonio documental, cuya aportación -no será la única- agradecemos al profesor y doctor en Ciencias de la Información, ex alcalde de Los Realejos, un dehesero perpetuo como es Jesús Manuel Hernández García, sirve para varias cosas: para acercarnos al origen de esta entidad, que cumple cien años; para entender el alcance de lo que hoy se conceptúa como prensa o periodismo de proximidad; para comprender el papel del Casino en el devenir y la evolución de este sector del municipio; y para dimensionar adecuadamente los primeros pasos de la participación y dinamización ciudadana no solo en una época en la que estas ideas, tal como las entendemos hoy, no se conocían, sino que cristalizaban en un núcleo entonces esencial para la productividad y avance social del Puerto de la Cruz: el turismo estaba aún lejos de ser el sostén principal de ese modelo de crecimiento y desarrollo.

Las Dehesas, o en singular, La Dehesa, que es como coloquial y habitualmente la mencionamos, era la campiña portuense, algo más que una mancha verde en la geografía del norte tinerfeño y del valle de La Orotava en particular. La campiña donde muchos tuvieron su primer empleo, donde pequeños propietarios dispusieron de tierras para producir, donde las labores agrícolas fueron desempeñadas siempre con tesón admirable y con esfuerzos sin límite con tal de ganarse el sustento.

La Dehesa, el Puerto rural, cien años después de la fundación de la sociedad que hoy empezamos a conmemorar, poco o nada tiene que ver con el paisaje y la realidad de entonces que imaginamos. La platanera, a qué negarlo, ha ido menguando. A duras penas ha contenido el turismo. Sus características territoriales son otras, contempladas desde cualquiera de los puntos cardinales. Aunque conserva -es necesario ponderarlo- todos los encantos de una zona agrícola que ha ido salvando las calificaciones reservadas en los planes de ordenación urbanística.

Aquí, en medio de fincas y frutales, de gañanías y atarjeas, de veredas y estanques, caminos rudimentarios y muros empedrados, en medio del campo, para entendernos, donde la vida se hizo durante décadas sin otros ruidos notables que el trino de las aves, donde las veredas y las cuestas parecían tan largos pero con propiedades intangibles que alimentaron la buena vecindad y no mermaron la relación social, a pesar de los pesares. Lo comprobamos personalmente cuando, siendo niños, veníamos de la mano de los tíos, subiendo por Carril o Las Quinteras, daba igual, a ver cómo se verificaban las dulas, a ayudar en algunas tareas, a recoger aguacates y nísperos, a impregnarse los calcetines de ortiga, de la familia de las urticáceas, o sea, que picaba y pica, que decíamos ortiguilla, a transportar la leche, los sacos o algunos frutos y a esperar alguna propinilla que ahorrábamos para comprar algún periódico. Recuerdo imborrable de maestro Felipe, que nos enseñó métodos y ‘técnicas’ agrícolas con la nobleza de los medianeros y nos orientaba o acudía al rescate cuando los afanes de curiosidad nos desviaba del mollero, así llamado aquel rincón de la finca aunque su significado real poco o nada tuviera que ver con aquel nombre.

Aquí, en este ambiente –decíamos-, al borde de la carretera, surgió la Sociedad Valle Taoro, el casino de La Dehesa, el que dirigieron, entre otros, los hermanos Sosa Acevedo, uno de ellos, Florencio, alcalde del Puerto de la Cruz y diputado a Cortes, el que presidió durante treinta años Manuel Delgado. La Sociedad de Instrucción y Recreo Valle de Taoro, que así era su denominación original, poseía –en palabras de Javier González Antón, profesor de la antigua Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad de La Laguna y ex director del Museo de la Naturaleza y el Hombre- unos rasgos similares a las sociedades laguneras o grancanarias, “todas ellas ejes vertebradores de la sociedad de su entorno, sensibles a la cultura y al avance de los ciudadanos”.

El profesor González Antón, en su prólogo del libro de Jesús Hernández García que condensa los “75 años en la historia de un barrio”, publicado en el año 2000 gracias a la cooperación de varias firmas comerciales, destaca los loables propósitos consignados en el primer reglamento de la sociedad, como son “la presencia de un bibliotecario –el primero, Manuel Hernández González-, la suscripción a periódicos y revistas, primero conservadoras, como La Gacerta de Tenerife o Mundo Gráfico, en 1922, pero luego también comprometidas y de izquierda, como Espartaco, en 1932”.

Y sigue González Antón: “La adquisición del aparato de radio, el gramófono, o la presencia del cuadro artístico, luego grupo folklórico… Todo ello es buena muestra del prioritario papel social y cultural que la sociedad, fiel también a la denominación, de aquella originaria instructiva, ha jugado desde su fundación”. Pero lo que sí resulta insólito para el profesor lagunero, es la implantación en un barrio de pequeña población. No compara pero sí alude al hecho de que, en aquellos años, Las Palmas de Gran Canaria o San Cristóbal de La Laguna, eran las ciudades más importantes de las islas. Añade que el casino de La Dehesa, “nace y perdura en un ámbito mucho menor y ello es posible gracias a la estrecha vinculación con su entorno. Entorno –escribe- del que “la Sociedad ha sido, es y seguirá siendo blasón, bandera, escudo y estandarte del barrio que la sustenta”.

En la introducción del libro de Jesús Hernández García que ya hemos citado, se alude a la importancia del fenómeno de la comunicación en la secuencia histórica de la sociedad. “Habremos de incidir en la prensa. En aquella que sirvió de base para la consulta de algunos hechos. Y a la que se hace reiterada alusión en las cuentas sociales, al ser uno de los gastos obligatorios en los ejercicios anuales, ocupando lugar preferente La Prensa, de don Leoncio Rodríguez”, escribe el autor que, más adelante, dedica unas páginas a la radio, “otra constante en la vida de la sociedad”. Dice Hernández que “marcó hitos importantes y fue medio de unión entre un barrio y lo que acontecía allende los mares. Dispuso de comisión que regulaba su funcionamiento. Y a la que se aplicaba el correspondiente impuesto sobre la audición”.

Si algunos deheseros se aglutinaron en torno a la radio, veamos cuál era el contexto.

Con la llegada de la II República, el número de personas que disponía de un aparato receptor aumentó y la audiencia de este medio se engrosaba día tras día. Además, durante esta época fueron surgiendo un gran número de estaciones locales, que engancharon, como se dice ahora, a muchas personas a lo largo de todo el territorio español.

Sin embargo, con el estallido de la guerra incivil, julio de 1936, las cosas empezaron a cambiar. La radio se destapó como un gran medio de propaganda política que fue utilizado por los bandos combatientes para emitir los informativos y sus particulares arengas. La implantación de una nueva dictadura supuso una larga temporada de dominio político sobre el sistema radiofónico. El 19 de enero de 1937, antes de que acabara el conflicto, se crea Radio Nacional de España, a la que se le otorgará el monopolio de la información en nuestro país, gracias a la promulgación, un año antes, de la Ley de Prensa, que estaría en vigor hasta 1966. Además, la entonces Unión Radio se transforma en la actual Ser (Sociedad Española de Radiodifusión).

Esta situación desembocó nuevamente en la instauración de la censura (la Ley de Prensa así lo establecía), o lo que es lo mismo, las radios no podían programar nada que el poder político no quisiera. Los censores se ocupaban de revisar los guiones para que nada indebido se les escapara, al tiempo que las radios comerciales, las privadas, estaban obligadas a conectar siempre con Radio Nacional de España (Rne) para emitir los servicios informativos que elaboraba esta red gubernamental y que se conocían con el nombre de El parte, debido a que durante los años de la contienda civil, el espacio informativo por antonomasia era, precisamente, el parte de guerra. Las estaciones distintas a Rne sólo podían elaborar las noticias comarcales y locales, pero siempre bajo supervisión de la autoridad competente.

Mientras esto sucedía en España, en Europa se desencadena la II Guerra Mundial. Esta circunstancia obliga a transformar la radio -al igual que ya había sucedido en nuestro país poco antes-, en un arma de propaganda política que utilizaban los dos bandos para informar de los avances de la guerra o de las grandes batallas.

Sin lugar a dudas, en ese momento la información radiofónica es un baluarte importante que hay que cuidar y vigilar, pero la radio también es un medio de entretenimiento al que recurren las familias españolas para pasar sus pobres y aburridos ratos de ocio.

Llegados a los años 40, en concreto a 1942, el Gobierno crea la primera red de ámbito estatal, la Red Nacional de Radiodifusión (Redera). Hasta ese momento, el sistema estaba conformado por tres tipos de emisoras, por decirlo de alguna manera: las estaciones locales, que tenían poca potencia, las comarcales (de las cuales la mayoría pertenecían a lo que es hoy la Ser) y, finalmente, las que estaban dentro de la Sociedad Nacional de Radiodifusión, es decir, las de Rne, y las de la FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista). Esta década de los 40 supuso también avances técnicos para los profesionales de la radio. En 1948, aparece la cinta magnetofónica, lo que favorecerá en gran medida la mejora en la producción de programas.

Durante estos años, el número de aparatos receptores no dejó de crecer, siendo España uno de los países europeos que más radios tenía por habitante. En concreto, y según datos de la Unesco, en 1955 había un receptor por cada noventa ciudadanos, o, lo que es lo mismo, 2.717.000 aparatos distribuidos por todo el territorio. Pero si los receptores aumentaban, también lo hacía el número de emisoras, especialmente las vinculadas política o ideológicamente al Gobierno.

En la obra del doctor Hernández García, se alude a la querencia del Casino por la radio. En mayo de 1935, la directiva trata sobre la compra de un aparato. En el acta de la reunión, consta que “dando cumplimiento a un acuerdo de la General sobre la adquisición de una radio, se vio una carta del comerciante de esta localidad, don Lorenzo Hernández, en la cual hace un ofrecimiento de un aparato RCA, de seis tubos, cuyo precio es de setecientas pesetas, análogo a otro General Electric, propiedad de don Alejandro Baeza y que en calidad de prueba viene funcionando en este Casino y cuyo valor es de setecientas cincuenta pesetas”.

Esta directiva –transcribimos- acuerda, por unanimidad, ofrecer al señor Baeza la compra de su aparato pero que éste sea pagado sin anticipo de ninguna clase pues el señor Hernández ofrece el suyo para pagar en veinte meses”.

Las dificultades económicas del Casino en aquella época motivaron que en 1937 el aparato de radio fuera vendido en doscientas veinticinco pesetas, según consta en los libros de contabilidad de la entidad.

Pero en enero de 1941, la Junta General aprueba la adquisición de un nuevo receptor. En el relato histórico de Jesús Manuel Hernández se consigna que “el ofrecimiento lo hace don Pablo Delgado Luis, que había sido elegido presidente de la sociedad y que lo será hasta 1950, en representación de varios socios, quienes habían adquirido uno y lo ceden a la sociedad”. Para el profesor Hernández, “la comunicación era fundamental. El espíritu liberal y abierto de las gentes de Las Dehesas, de los socios de Valle Taoro, demandaba un canal informativo. La enajenación del anterior aparato debía ser prontamente reparada”.

Del progresivo auge de la radio en las islas y en nuestro país, tenemos pruebas estadísticas oficiales. Por ejemplo, del listado de Contribuyentes del Impuesto de Radiodifusión, desde 1956 a 1960, se desprende que en 1956, había, en la provincia de Santa Cruz de Tenerife, diez mil seiscientos setenta y un aparatos. En el 57, once mil novecientos cuarenta y nueve; en 1958, trece mil doscientos setenta y cinco; en 1959, doce mil doscientos cincuenta y cuatro y un año después, 1960, se incrementaron hasta diecisiete mil cuatrocientos treinta y ocho.

Naturalmente, ahora son muy diferentes las alternativas de ocio y los vehículos para convertirse en lo que modernamente conocemos como consumidores de la información. Eso sí, la radio conserva como medio un grado de confiabilidad muy estimable, por lo que cabe recomendar su disponibilidad en el bar o en la dependencia del Casino que oportunamente se valore.

Porque, eso sí, la revitalización de la entidad –idea con la que queremos finalizar esta intervención- pasa por sumarse a las distintas opciones y variantes de la comunicación. Es más, tienen que ser un reclamo para los jóvenes y adolescentes, de modo que aquí, en un lugar seguro y bien dotado, puedan desarrollar tareas docentes, incluso lúdicas, interactuar, ver qué se puede hacer con los nómadas digitales, comunicarse y complementar el uso de herramientas que sirvan también de aprendizaje y disfrute.

Estamos, se acepta, en la era o sociedad de la comunicación y tras las crisis que amenazan el nuevo orden o, por decirlo en positivo, alumbran nuevas directrices de funcionamiento, es necesario afrontar el proceso de digitalización que se impondrá como se impusieron otros órdenes y otros hábitos en el pasado.

Las nuevas generaciones de La Dehesa no pueden quedarse atrás. El Casino tiene que ser una entidad viva y dinámica desde lo que sus integrantes, de todas las edades, promuevan, deseen y ejecuten. Han de contribuir, seamos claros, a la conservación de las señas de identidad, a su costumbrismo y a su gradual transformación. Somos conscientes de que hay gente con valía y con inquietudes. ¿Por qué resignarse, entonces? Iniciativas hay múltiples para mantener encendida la llama y hacer buenos los versos de las décimas de Jesús Manuel Hernández García, con los que finalizamos:

Tiene La Dehesa un tesoro,

legado de buena gente,

que sigue siempre presente,

perdurando como el oro,

Sociedad Valle Taoro.

Es un regalo imponente,

que sigue firme y al frente,

irradiando más saber;

así lo han querido hacer

desde aquellos años veinte”.

A esta noble empresa, a la renovación de valores, a la modernización y al engrandecimiento, están todos invitados.

¡Mucha suerte, feliz centenario y mejor porvenir!