Siete horas de presidenta

Siete horas de presidenta, siete. Ocurrió en Suecia, donde la socialdemócrata Magdalena Andersson, primera mujer elegida jefa de gobierno, después de haber recibido el apoyo de la Cámara, tuvo que renunciar al retirarle su apoyo la formación de los ecologistas. En principio, no tuvo a la mayoría en su contra pero luego la Cámara aprobó la moción alternativa de los presupuestos del bloque de derechas, lo que determinó la reacción de los verdes y la posterior decisión de Andersson.

Siete horas de presidenta
Una situación insólita, de esas que no abundan y que ponen a prueba el funcionamiento de los mecanismos legales y políticos de un sistema democrático

Desde luego, una situación insólita, de esas que no abundan y que ponen a prueba el funcionamiento de los mecanismos legales y políticos de un sistema democrático. Tan breve estancia en la presidencia –siete horas, siete- posiblemente sea uno de los récords de brevedad en el ejercicio de una responsabilidad pública tan significativa desde todos los ángulos.

El caso es que hay que volver a elegir. El presidente del Parlamento, Andreas Norlén, después de constatar que Andersson mantiene los apoyos para ser investida, anunció una nueva votación para el próximo lunes, no sin lamentar el incomprensible desarrollo de los hechos, que calificó de perjudiciales para la confianza de la ciudadanía en los propios partido políticos y en el funcionamiento de la Cámara. El Partido del Medioambiente recibió sus críticas por el proceder, dado que en las consultas y conversaciones previas no informó de que la permanencia de Magdalena Andersson al frente del ejecutivo dependía de los presupuestos. Se justificó Norlén: “De haberlo sabido, no habría nominado a Andersson y habría esperado a después de la votación de los presupuestos”.

Andersson no llegó a convertirse formalmente en primera ministra, ya que para ello habría sido necesaria una reunión del Consejo de Estado, presidido por el rey, pero su renuncia fue lo "más razonable", señaló Norlén, resaltando que no hay precedentes de un caso así en Suecia y que tampoco está recogido en la Constitución. Le corresponde entonces al también socialdemócrata Stefan Löfven, que había dimitido hace menos de un mes, seguir ejerciendo como primer ministro de un Gobierno de transición hasta que se formalice la nueva elección de su sucesora.

Desencuentros internos entre las formaciones políticas suecas al margen –entre los que aparecen las posiciones de la ultraderecha, con tres diputados-, lo cierto es que el episodio de la brevedad de Magdalena Andersson en la presidencia obligará a algunas medidas de revisión para superar los riesgos de inestabilidad que aquí han aflorado. La voluntad popular sueca es lo que hay que preservar.