Un poco de humanidad, por favor

Empiezan a amontonarse las madrugadas de insomnio, para infundir al organismo más desazón de la que ya existe. La guerra es mala para la salud. Parece una obviedad, pero no lo es tanto. Y por eso, nos pasamos horas ante la pantalla porque Vladimir Putin, todavía presidente de Rusia, ordena atacar al alba, cuando la gente –sus víctimas- que no duerme despierta por sobresalto. La guerra, televisada; como fue aquella del Golfo, cuando el diputado canario Fernando Sagaseta analizaba los movimientos de Colin Pwell, un general de Cuatro Estrellas de los Estado Unidos que no pudo demostrar que Irak tenía armas de destrucción masiva, pese a lo cual fue designado con posterioridad al conflicto Secretario de Estado de Estados Unidos.

Un poco de humanidad, por favor
Cualquier enfrentamiento armado se cobra un alto precio en vidas de los propios combatientes: solo en el año 2000, por ejemplo, murieron trescientas diez mil personas como resultado de los conflictos bélicos

Por Salvador García Llanos

Las madrugadas largas, pensando en tantas cosas durante las horas largas que parecen inacabables. Lo evidente es que cualquier enfrentamiento armado se cobra un alto precio en vidas de los propios combatientes: solo en el año 2000, por ejemplo, murieron trescientas diez mil personas como resultado de los conflictos bélicos.

Lo que no resulta tan obvio es que las contiendas empeoran la salud de otras muchas maneras. Para empezar, “los sistemas de atención de salud colapsan o pasan a estar centrados en la atención a las heridas de guerra, no pudiendo atender a otros problemas de salud”, advierte un profesor universitario e investigador español. Además, en el contexto bélico se favorece la transmisión de enfermedades, algo especialmente preocupante en mitad de una pandemia. Peor todavía.

Viendo las imágenes, nos preguntamos interiormente, en el clamoroso silencio de la madrugada, si se las ponen a Putin, que juega con todas las ventajas pues no tiene contrapoderes. Especialmente cuando se ve a los niños con sus juguetes, caminando, intentando cruzar puestos fronterizos; o descansando, rostros inocentes, al regazo de sus padres en refugios rudimentarios.. Un poco de humanidad, por favor, señor Putin. ¿O esa palabra no existe en el vocabulario de los dictadores?

Todas las guerras –en este caso, fruto de la invasión a un país soberano- conllevan dolor, sufrimiento, desesperación, enfermedad y muerte. También resulta especialmente difícil que la prevención, la promoción o la protección de la salud se desarrollen en ambientes dominados por la violencia. Por otro lado, la salud física y mental de las mujeres se ve especialmente resentida, y la de los niños también.

En fin, en las madrugadas, donde en otras latitudes estallan bombas, aquí intentamos dormir –sin éxito- contemplando imágenes de espanto, donde hasta parece llegar el olor a tierra quemada. ¿Verá Putin las imágenes de los desplazados, de quienes huyen de este desastre? Las cifras empiezan a ser descomunales mientras algunos pueblos de los países vecinos hacen l,o que está a su alcance para acogerles.

Las horas pasan. La oscuridad nos atenaza. ¿Cómo terminará todo esto?